Moncada y Moncada Francisco de. Marqués de Aytona (III). Valencia, 29.XII.1586 baut. – Gach (Alemania), 17.VIII.1635. Militar, historiador, gobernador de los Países Bajos.
Hijo primogénito y heredero de Gastón de Moncada y Gralla, II marqués de Aytona, virrey de Cerdeña (1590-1595), embajador en Roma (1606-1609) y virrey de Aragón (1609-1612), y Catalina de Moncada, baronesa de Callosa y Taberna. Fue bautizado el 29 de diciembre en la iglesia de San Esteban de Valencia.
El condado de Aytona se creó en 1536 por Carlos V para Juan de Moncada y Tolfa. Su hijo Francisco de Moncada y Folch de Cardona fue hecho marqués de Aytona por Felipe II en 1585. Francisco de Moncada y Moncada fue XI conde de Osona, VI conde de Marmilla, vizconde de Cabrera, Bas y Villamur, barón de Antillòn, Seròs, Mequinensa, Soses, Callosa e Tàrbena, VI barón de Llagostera, tesorero de Cataluña, y en 1626, tras la muerte de su padre, III marqués de Aytona.
Desde muy joven se inclinó hacia las letras, dominando el latín y el griego. Se puso al servicio de las armas en edad muy temprana. Casó en 1610 con Margarita d’Alagò-Espés Castro, marquesa de la Puebla de Castro y baronesa de Alfajarín, que murió en 1624.
El matrimonio tuvo cinco hijos. Catalina casó con Luis Guillermo de Moncada, V príncipe de Paterno.
La segunda fue María Magdalena, la tercera Estefanía, que casó con Joaquín de Centelles, marqués de Quirrà.
El cuarto fue Gastón (1614), que murió niño. El último fue Guillermo Ramón, que fue quien heredó el título como IV marqués de Ayona. Tras la muerte de su mujer, contrajo segundas nupcias en 1630 con Mencía de Guzmán, condesa de Villaverde.
A Francisco se le encomendaron misiones diplomáticas difíciles. En enero de 1622 fue enviado a Bruselas para testimoniar a la infanta Isabel Clara Eugenia las condolencias de Felipe IV por la muerte del archiduque Alberto de Austria, acaecida en julio de 1621.
Pero su comisión extraoficial tenía un sentido claramente militar, a propuesta del valido Olivares. Debía informarse sobre los asuntos del Palatinado, y conocer la situación de las principales plazas de los Países Bajos. Tras finalizar la Tregua de los Doce Años con los holandeses, a mediados de 1622, le ordenaron que inspeccionara las principales guarniciones militares.
Entre Ambrosio Espínola y Moncada hubo tensión por competencias militares. Permaneció en su puesto durante ocho meses, tras los cuales regresó a Madrid.
En 1623 recibió una misión en Cataluña para solucionar algunos conflictos surgidos por el nombramiento como virrey del obispo de Barcelona Juan de Sentís. En este año compuso el libro Expedición de los catalanes. En 1624 fue enviado como embajador a la Corte de Viena ante el emperador Fernando II.
Desde allí informó positivamente al conde duque de Olivares acerca de la persona de Wallenstein, a quien consideraba el hombre más leal que había conocido, amigo de los españoles y enemigo de los franceses.
Aytona tenía la misión de conseguir socorro militar.
En 1629 fue enviado de nuevo a Bruselas como embajador ante la infanta Isabel Clara Eugenia para sustituir al cardenal de la Cueva, destinado a Roma, con el fin de supervisar la administración militar, pues su presencia se hacía imprescindible. Debía mantener la autoridad real, supervisar a los ministros reales y terminar con la malversación de fondos. Fue partidario de conceder a los belgas mayor participación en la administración de los asuntos internos como único medio de conservar su lealtad. También propuso trasladar el Consejo de Flandes de Madrid a Bruselas. En 1630 fue nombrado comandante de la Armada, y dos años más tarde jefe supremo del Ejército. Gracias a los refuerzos provenientes del Palatinado logró parar el avance de las tropas de Federico Enrique, príncipe de Orange, debilitadas tras el asedio de Maastricht.
Desde finales de 1632 Moncada ocupó una posición privilegiada en el entorno de la infanta, autorizado desde el punto de vista político y militar, y prestó una asistencia global a Isabel Clara Eugenia durante 1633, por cuanto acumuló los cargos de embajador ordinario, gobernador de armas, y mayordomo mayor de la Casa Real de Bruselas. En diciembre de 1633 comunicó la muerte de la infanta, acaecida el 1 de diciembre, e hizo una relación de la crítica situación de Flandes, solicitando el urgente paso del cardenal-infante don Fernando, que debía dejar Cataluña. Fue nombrado gobernador interino de los Países Bajos hasta la llegada del cardenal-infante. Su principal cometido fue liberar la ciudad de Breda.
Durante su gobierno interino, entre diciembre de 1633 y noviembre de 1634, no sólo el cargo de gobernador de armas sino el de superintendente de la hacienda desaparecieron, y una vez que el cardenal infante asumió la capitanía general del ejército de Flandes, Aytona los ejerció hasta su muerte. En agosto de 1635 participó junto con Fernando en el sitio de Goch contra los holandeses y sus aliados franceses, donde murió tras breve enfermedad el día 12.
En 1623 publicó en Barcelona la obra Expedición de catalanes y aragoneses contra turcos y griegos, donde narra las hazañas de los aragoneses y catalanes en Oriente basándose en testimonios y crónicas de la época. Tuvo gran difusión en los siglos XVIII y XIX. Esta obra tiene el gran valor de utilizar a Muntaner, Gregoras (a quien no concede demasiado crédito) y a Paquimeres, e incluso cita a Demetrio Calcocondilis, cuyas versiones de los hechos contrasta. No se sabe, sin embargo, si los leyó en griego o latín. Pero cita la Historia del Cantacuseno, sacada a luz por el padre Pontano, probablemente Giovanni Pontano (1426-1503), autor de De bello neapolitano.
También cita a un cierto Nicetas cuando habla de los Vlacos de Tesalia y, por supuesto, en la parte final, cita a Jerónimo Zurita. La obra es una narración lineal, clara y bien contada, con la preocupación por determinar el grado de culpabilidad moral del conjunto de los mercenarios o de cada uno de sus cabecillas, así como el grado de “institucionalización” de sus actuaciones, es decir, las razones que llevaron en cada momento a pedir o rechazar la presencia de un miembro de la Casa Real de Aragón a través de Federico de Sicilia. Era un tema delicado por cuanto hubo mercenarios turcos que acompañaron a los catalanes hasta la misma Atenas y que ponerse en guerra contra el emperador Andrónico era desafiar a un estado cristiano.
Desde el apresamiento de Berenguer de Entença por los genoveses, Moncada adopta un tono menos crítico y más épico: la determinación de los almogávares de abrirse camino por Grecia y no volver a la patria es comparada con la hazaña de Hernán Cortés en México o Agatocles en África.
También escribió la Vida de Anicio Manlio Torquato Severino Boecio, la cual fue impresa póstumamente en Francfurt en 1642. Se conserva de él un cuadro atribuido a Anton van Dyck, el Retrato ecuestre de D. Francisco de Moncada, Marqués de Aytona, que es un claro ejemplo de retrato de aparato, refinado y selecto, en el que consigue efectos de una extraordinaria distinción, colorido y brillantez, que lo sitúa muy próximo al que conserva el Museo del Louvre.
Moncada-Aragón y la Cerda, Luis Guillermo. Príncipe de Paternò (V), duque de Montalto (VII) y de Bivona (V), conde de Caltanissetta, Collesano, Adernò, Sclafani, Caltabellota y Centorbì, barón de Melilli, de Motta S. Anastasia, de Belice, de San Bartolomeo y de Malpasso. Palermo (Italia), 1.I.1614 – Madrid, 4.V.1672. Cardenal, miembro del Consejo de Estado, gentilhombre de cámara de Felipe IV, mayordomo mayor de la reina regente Mariana de Austria, virrey y capitán general en el reino de Valencia, general de la Caballería del reino de Nápoles, virrey y capitán general en el reino de Cerdeña y presidente y capitán general ad interim en el reino de Sicilia, miembro de la Orden del Toisón de Oro, comendador de Belvís de la Sierra, tres veces Grande de España.
Hijo segundogénito de Antonio Aragón y Moncada, VI duque de Montalto, y de Juana de la Cerda —hija del VI duque de Medinaceli y de Ana de la Cueva—, alcanzó el mayorazgo por la muerte de su hermano mayor. Se casó el 27 de noviembre de 1629 en Nápoles con María Afán de Ribera y Moura, hija del entonces virrey y capitán general de aquel reino, Fernando Enríquez de Ribera, III duque de Alcalá.
A la temprana edad de diecinueve años, fue nombrado por su suegro, que entonces había sido nombrado virrey de Sicilia, presidente y capitán general ad interim desde 1635 en el reino de Sicilia, donde tuvo que enfrentarse con los problemas de política militar y fiscal que empeñaban la Monarquía católica durante la última fase de la Guerra de los Treinta Años: por un lado, el socorro en las zonas de guerra en términos de alistamiento de hombres y recogida de víveres y, por el otro, la defensa del reino de las incursiones turcas y francesas a través de la creación de una flota propia y de la construcción de nuevas fortificaciones que sustituyesen las “ruynas” que quedaban como protección de la isla a principio del siglo XVII.
Al acabar el virreinato en 1639 y tras la muerte de su primera esposa, permaneció casi un año en Roma, donde estrechó aún más la relación con su cuñado el marqués de Castel Rodrigo, embajador de España cerca de la Santa Sede, y con algunos cardenales españoles.
Pasó los años desde 1640 hasta 1642 cuidando los intereses de su casa en Sicilia y, cuando volvió a España —primero en Zaragoza y luego en Madrid—, Felipe IV y el conde-duque de Olivares, valido del Rey en aquellos años, le propusieron la boda con Catalina Moncada de Castro, huérfana de Francisco Moncada y Cardona, III marqués de Aytona, y dama favorita de la reina Isabel de Borbón.
Hasta 1644 estuvo en Madrid, cuando fue nombrado virrey y capitán general de Cerdeña. El virreinato sardo (1644-1649), en años tan difíciles para la Monarquía católica, fue para el duque de Montalto una excelente demostración de su “capacitat de gestiò”. Los problemas de orden interno, el bandolerismo y el desorden jurisdiccional —parcialmente solucionado, este último, a través del debate de aquellos años sobre la activación de la cámara criminal de la Real Audiencia—, se sumaron a los ingentes y complicados asuntos del socorro hacia el exterior en favor de los demás reinos del sistema imperiale. El envío de hombres y medios a Cataluña, Nápoles y Sicilia constituyó el eje de su política militar y fiscal en aquella isla, que se transformó en su opinión de “nunca más que número” en el “corazón que repartió espíritus vitales a las demás provincias”.
A la conclusión de su virreinato de Cerdeña, volvió a sus estados, primero a Términi y luego a Palermo y Cartanageta (actual Caltanissetta), en compañía de su esposa y del médico y amigo Gavino Farina, el cual, originario de la ciudad de Sacer (actual Sassari) y profesor de Medicina en el colegio de la misma, estuvo al lado del duque de Montalto hasta la muerte de éste —como confirma el testamento—, ejerciendo en la Corte, aproximadamente a partir de 1660, como arquiatra de Felipe IV, de Carlos II y de la reina Mariana de Austria.
Durante su estancia siciliana, el 2 de agosto de 1651, recibió un despacho regio en el que se le encargaba el virreinato de Valencia, donde permaneció durante seis años, desde 1652 hasta 1658.
El contexto de aquellos años —aunque la Guerra de los Treinta Años se había concluido con la Paz de Westfalia (1648) y la cuestión catalana acabara de solucionarse con la entrada en Barcelona de las tropas de Juan José de Austria (1652)— se caracterizó por la continuación de fuertes tensiones entre España y Francia, que tuvieron conclusión formal sólo once años más tarde con la Paz de los Pirineos (1659). España vivió, entonces, una situación de relativa paz respecto a los años anteriores, pero cada vez más, con menor poderío y ya encaminada hacia su lento e inexorable destino. Durante el virreinato valenciano, tuvo que enfrentarse a los problemas típicos de aquel reino, que eran, en cierto sentido, muy semejantes a aquellos con los cuales ya se había enfrentado en el de Cerdeña: asegurar a la Corona el servicio militar (en términos de tropas, alimentos y dinero) y tener bajo control la situación interna complicada por una enorme difusión del bandolerismo. Tuvo que entrar, en definitiva, en aquel complicado juego de equilibrios que regía las relaciones del reino de Valencia —como de los demás reinos del sistema imperiale sin exclusión de Sicilia y Cerdeña— con Madrid a través, antes de todo, de la conquista del consenso parlamentario.
En 1658, fue nombrado embajador en Viena, misión a la que pudo negarse gracias a la intercesión del nuevo valido Luis Méndez de Haro, a cuya facción pertenecía.
Finalizada su etapa en el gobierno valenciano, se trasladó a Madrid con Catalina —que murió en 1664— y su hijo Fernando, ya conde de Cartanageta, con la clara intención, una vez conquistado su sitio en el Palacio Real, de no dejar nunca más la Corte.
A partir de 1663, fue mayordomo mayor de la Reina y con este papel fue encargado, por el Rey y el Consejo de Estado, de acompañar a la infanta Margarita María a Viena para la boda con el emperador Leopoldo. Rechazó el encargo aduciendo razones de salud y sospechando que existiera la voluntad de alejarle de Madrid y de la posición privilegiada cerca del príncipe Carlos que tenía a través de la gran intimidad con el doctor Gavino Farina, personaje muy cercano, a la fuerza, a un heredero tan enfermizo; posición que se hizo aún más privilegiada a partir del septiembre de 1665 cuando, tras la muerte de Felipe IV, el Gobierno quedó, por expresa voluntad del Rey, en manos de una Junta de Gobierno presidida por la Reina Regente durante la entera minoría de Carlos. En aquel mismo año, su hijo Fernando Aragón-Moncada y Moncada se casó con María Teresa Faxardo Toledo Portugal, hija de la marquesa viuda de Los Vélez, aya del príncipe heredero.
Su nombramiento como miembro del Consejo de Estado llegó el 15 de enero de 1666 y en junio del mismo año votó, junto con el duque de Alba, en favor de la permanencia en Madrid de Juan José de Austria, el cual, abandonada la estancia en Consuegra, donde le había relegado su padre, pretendía vivir en la Corte al lado de su hermanastro. Las vicisitudes del inquieto Juan José se enlazaron, a partir de entonces, con la vida del duque de Montalto.
El 7 de marzo de 1667, Alessandro VII Chigi, a petición de la Corte madrileña, le nombró cardenal y desde aquel momento, tras la renuncia a sus títulos y cargos en Palacio, él fue el cardenal (de) Moncada, según algunos, el “más temible enemigo de la Reina”.
Aunque no quede claro cuál haya sido el papel jugado por el cardenal Moncada en los años 1667-1669 en la relación entre Mariana de Austria y Juan José de Austria, resulta evidente que se trató de un personaje clave en el equilibrio de la Monarquía española de la década de 1660.
Las versiones sobre los acontecimientos de aquellos años —respectivamente, de los nuncios apostólicos en Madrid Vitaliano Visconti Borromeo antes y Federico Borromeo después y, por otra parte, de Everardo Nithard y de sus partidarios, los “nithardos”— son muy distintas: los nuncios reconocieron al cardenal Moncada el papel de hábil negociador entre las exigencias de la Regente y don Juan por el bien de la Corona y del futuro Gobierno de Carlos II, mientras que Nithard y los suyos vieron en él el organizador de la conjura de 1668 que condujo a la expulsión de España del padre confesor.
En 1667 y en 1670, el cardenal Moncada fue esperado en Roma en ocasión de los cónclaves para la elección papal —en el de 1670 obtuvo hasta un voto—, pero desde 1659, el lugar más lejos de Madrid que visitó, fiel a su propósito de no alejarse de la Corte, fue la finca de La Florida, a pocos kilómetros de la capital. La fama europea de que “sólo Madrid es Corte” resultaba muy clara a los ojos de quien tenía tanta experiencia en el gobierno de las provincias y que, por otra parte, conocía bien las dinámicas de la política cortesana.
Murió en Madrid el 4 de mayo de 1672 a la edad de cincuenta y ocho años. Sus restos mortales fueron trasladados en 1674, según las disposiciones testamentarias, a la iglesia de San Domenico Maggiore en Nápoles, cuna y sepulcro de sus antepasados, soberanos aragoneses de aquel reino.
Aragón-Moncada y Moncada, Fernando de. Duque de Montalto (VIII). Madrid, 30.X. 1644 – 11.XI.1713. Capitán general de la caballería de Flandes, gentilhombre de cámara de Carlos II, miembro del Consejo de Estado, presidente del Consejo de Indias y del Consejo de Aragón, ministro de la Junta de Gobierno, miembro del Consejo de Gabinete de Felipe V, caballero de la Orden de Montesa, comendador de Silla y Benasal en dicha Orden.
Hijo de Luis Guillermo Moncada-Aragón y La Cerda (conocido también como cardenal Moncada) y de Catalina Moncada de Castro, Fernando fue el único heredero de los feudos sicilianos y aragoneses de las dos ramas de los Moncada de Sicilia y de Aragón reunidos en un único linaje a través de la boda de sus padres en 1643. Así acumuló también los títulos de VI duque de Bivona, VI príncipe de Paternò, VII marqués de Los Vélez y conde de Colisan.
Nacido en Madrid el año siguiente, tuvo que irse a Cerdeña con su familia por el encargo de virrey de aquel reino asignado a su padre. La familia Moncada se quedó en la isla hasta 1649 cuando, acabadas las tareas de gobierno, su padre volvió a Sicilia para cuidar de los asuntos relativos a los bienes que poseía en aquel reino. En 1651 su padre fue nombrado por Felipe IV virrey de Valencia, donde él y su familia se quedaron hasta 1658. La corte virreinal valenciana fue magnífica en aquellos años y el joven conde de Cartanaxeta (éste era el título llevado por Fernando hasta la muerte de su padre en 1672) fue educado entonces por Giovanni Agostino della Lengueglia, llamado por el virrey a residir en España para cuidar del recorrido intelectual del vástago adolescente.
Por lo que se refiere a los años de la formación de Fernando hay algunas noticias que sugiere el mismo Lengueglia en su obra Ritratti della Prosapia et heroi Moncadi nella Sicilia, encargada por Luis Guillermo de Moncada pero dedicada a su hijo, además de la correspondencia de su padre con el teólogo probabilista siciliano Antonino Diana: “Fernando tiene diez años cumplidos, buena salud y espiritu mui vivaz; es gran escrivano y con principios mui adelantados de grammatica”.
Durante los años transcurridos en Valencia, Fernando vivió en una corte animada y frecuentada por ilustres personajes; artistas y ministros solían visitar a menudo a los Moncada en aquella época. Sin embargo, acabado el brillante paréntesis valenciano, su padre fue encargado de la embajada de Viena.
Mientras su madre le precedía en el camino hacia la corte imperial parando por algún tiempo en Denia, Fernando se fue a Madrid con su padre, quien consiguió, por intercesión del nuevo valido de Felipe IV, Luis de Haro, denegar el encargo en la corte del emperador Leopoldo I.
Los primeros años de estancia en la corte permitieron a Fernando entrar en relaciones muy estrechas con importantes personajes que allí residían: su padre fue nombrado mayordomo mayor de la Reina en 1663 y el prestigio adquirido por él permitió a Fernando llevar a cabo un ventajoso acuerdo matrimonial: en junio de 1665 se casó con María Teresa Fajardo Toledo Portugal, hija del marqués de Los Vélez, de la cual recibió también nomine maritali el título de VII marqués de Los Vélez.
A partir de entonces, Fernando estuvo situado en una posición de íntima proximidad con el heredero al trono de la monarquía católica: su suegra, la marquesa de Los Vélez, además de ser muy íntima de la reina Mariana, era el aya del príncipe, y el mismo médico del futuro Carlos II (uno de los reyes más enfermizos de Europa) era Gavino Farina, originario de Cerdeña quien conocía a Fernando desde su niñez.
En la década de 1660, Fernando fue miembro de aquel contingente militar llamado chamberga que tenía la tarea de proteger a los soberanos según el modelo que iba difundiéndose desde Francia por toda Europa. Estos chambergos desempeñaron un importante papel en la época de la conjura de Juan José (1668-1669), fraguada por el padre de Fernando, cardenal Moncada desde 1667, y por muchos ministros y exponentes de la aristocracia española que quisieran el alejamiento del poder del favorito de Mariana de Austria, Juan Everardo Nithard. A pesar de que no quede claro el papel desempeñado por el mismo conde de Cartanageta en aquel contexto, él prefirió, en un primer momento, tomar parte en los asuntos de la política madrileña con mucha cautela.
En 1672, Fernando sucedió en el ducado de Montalto (VII) y el año siguiente con el de todos los feudos pertenecientes a la familia Moncada en Sicilia: el principado de Paternò, la contea di Caltabellota y la de Cartanaxeta, Adernò y Sclafani, las tierras de Centirupe y Biancavilla, la señoría de Belpasso y la baronía de Motta Sant’Anastasia.
Sin embargo, su vida iba a desarrollarse muy lejos de Sicilia: fue nombrado maestre de campo de la infantería española en Flandes y general de la caballería.
La razón de encargos tan lejanos de la corte era que algunos ministros querían su destierro por la gran amistad e intimidad que le ataba a Carlos II. Luego, el mismo soberano le quiso como gentilhombre de su cámara y a partir del principio de la década de los noventa fue ministro en el Consejo de Estado (a partir de 1691), presidente del Consejo de Indias (1693- 1695), del Consejo de Flandes (1699) y del Consejo de la Corona de Aragón (1700).
La monarquía católica vivía entonces una fase muy difícil: ésta se concluyó con un cambio dinástico que condujo sobre el trono hispánico a un sobrino del todopoderoso soberano francés Luis XIV. En realidad, las relaciones internacionales europeas ya se habían desequilibrado en favor de la potencia emergente gobernada por Luis XIII y Richelieu a partir de la paz de Westfalia (1648) y de la de los Pirineos (1659) y la monarquía católica iba disminuyendo cada vez más su preponderancia diplomática. Entre 1693 y 1697 se habían agregado en el reino de Carlos II bandos anti y filofranceses, ninguno de los cuales conseguía imponerse al otro en forma definitiva, y parece que Fernando se había puesto en la parte de los afrancesados; después de la muerte del último rey de los Austrias en 1700 —se abrió una profunda grieta sobre la cuestión sucesoria que fue solucionada en favor de la dinastía francesa—, Felipe V de Borbón tomó posesión del gobierno español.
Fernando siguió su carrera volviéndose miembro del entourage del nuevo soberano y en 1701 fue nombrado ministro de la Junta de Gobierno que se formó hasta la llegada a Madrid de Felipe V. El año siguiente tomó parte en la Junta de Gobierno del reino durante la ausencia de Felipe V a Italia y, a partir de 1702, fue miembro de Gabinete de Felipe V.
Moncada de Castro, Catalina. Duquesa de Montalto (VII). Zaragoza, 2.XI.1611 – Denia (Alicante), 1660. Dama de la reina Isabel de Borbón.
Hija del marqués de Aytona, Francisco de Moncada, y de Margarita de Castro y Alagón, Catalina tuvo dos hermanos, Gastón y Guillermo Ramón, y dos hermanas, María Magdalena y Estefanía. Las vicisitudes de los jóvenes Moncada fueron trágicas desde su infancia por la muerte de sus parientes más cercanos y la lejanía de sus padres, que se encontraban en Flandes, siendo su padre gobernador general al lado del cardenal infante don Fernando. Después de un largo peregrinar, llegaron al monasterio de Pedralbes (cerca de Barcelona) fundado por la mitológica Elisenda Moncada, su antepasada.
Pedralbes, una vez obtenida licencia para ingresar en el monasterio, se convirtió durante algún tiempo en la residencia de las hijas del marqués de Aytona.
El monasterio era entonces etapa de los viajes devocionales y era frecuente que las hermanas Moncada coincidiesen con ilustres personajes que iban a visitar el sagrado lugar, fue el caso de la reina de Hungría María de Austria, esposa de Fernando III, hermana de Felipe IV y futura Emperatriz, de camino desde Madrid hacia Viena. Ésta hizo una parada en Cataluña para visitar el monasterio de Pedralbes, donde conoció a Catalina Moncada y le tomó tanto cariño que escribió palabras de gran admiración sobre esta dama a su cuñada la reina de España Isabel de Borbón, para que la escogiese como dama de su Corte madrileña.
Una vez en Madrid, Catalina tuvo que enfrentarse con un delicado tema de equilibrio cortesano, la simpatía con que la miraba Inés de Zúñiga, dama de la reina Isabel y esposa del todopoderoso valido de Felipe IV conde-duque de Olivares, hubiera podido alejarle de la confianza de la misma Soberana. De hecho, el cariño que le tuvieron los Olivares (en parte determinado por la posición estratégica y por la misma lejanía del marqués de Aytona) condicionaba en sentido negativo el acceso a la intimidad con la Reina, por quien, no teniendo mucha confianza con dicha pareja, miró con inicial sospecha a la joven dama a pesar de los apasionados elogios de la Emperatriz.
Sin embargo, para Catalina fue suficiente con tomar distancia de las atenciones de Inés para conquistar a la Reina y volverse una de sus mayores confidentes. La relación entre las dos mujeres fue sin duda una “gustosa unione”, según las palabras de Giovanni Agostino della Lengueglia, cuyo punto de encuentro fue la común aversión hacia el conde-duque. La atención de las mujeres de la Corte hacia el problema catalán era enorme en aquel momento, sin embargo, la fuerte amistad entre Catalina y la Reina nació también sobre la condivisión de otro tema: la joven Moncada había recibido una carta desde Flandes en la que su padre le pedía buscar (a través de la intercesión de la misma Reina) el consentimiento de Felipe IV para obtener licencia para volver a España. El marqués había hecho muchas peticiones en este sentido al valido, quien, sin embargo, no le había ni contestado.
Ella dio lugar, entonces, a una práctica de captatio benevolentiae hacia Inés para que persuadiese a su marido a llamar a la Corte al marqués de Aytona; el valido, por su parte, trató de utilizar a Catalina para que su padre se quedara en Flandes. Mientras la dama y el conde-duque intentaban ponerse de acuerdo sobre el futuro del marqués, éste murió en 1635. A partir de entonces las relaciones entre el valido y la dama siguieron empeorando y, cuando la Reina empezó a preocuparse por el futuro de su favorita (el no estar casada habría de ser un obstáculo para acceder a los más altos cargos palaciegos), el conde-duque aprovechó la propuesta de un enlace matrimonial para alejar a Catalina Moncada de la Corte y del lado de la reina Isabel.
Cuando en 1639 Luis Guillermo Moncada-Aragón y La Cerda, viudo de la duquesa de Alcalá, puso su casa en las manos del Rey, Olivares planeó las bodas entre los Moncada. Entre otras cosas, la unión entre las dos ramas de la familia catalano-aragonesa, que había quedado separada durante trescientos años, habría sido un gran homenaje a la memoria del difunto marqués de Aytona.
Celebrada la boda —que tuvo lugar en Madrid en 1643 justo en la época en la que se acababa con el valimiento olivaresiano—, los Moncada se fueron a Cerdeña, donde Luis Guillermo había sido enviado como virrey, y allí vivieron hasta 1649.
Después de algún tiempo, en 1652, su marido fue nombrado virrey de Valencia, donde la pareja se quedó durante seis años y donde creó una Corte magnifica muy famosa por su vivacidad cultural y en la que los Moncada solían hospedar a ilustres personajes de todas partes de Europa.
Al final del gobierno valenciano, Catalina Moncada se fue a Denia, donde, a pesar de las atentas terapias de su médico el doctor Farina, el 28 de noviembre de 1659 murió por los efectos de un cáncer de mama.
Sus restos mortales se conservan en la iglesia de San Domenico Maggiore en Nápoles, cuna sepulcral de los soberanos aragoneses y de los duques de Montalto, sus supuestos herederos, junto a aquellos de su marido el duque-cardenal Moncada.
Fernando Javier de Rivera y Moncada (hacia 1725 - 18 de julio de 1781) fue un explorador y militar novohispano que sirvió en la península de Baja California…
José María Moncada Tapia (San Rafael del Sur, 8 de diciembre de 1870 - Managua, 23 de febrero de 1945)1 fue un profesor, periodista, militar, aristócrata y político nicaragüense, Presidente de Nicaragua entre el 1 de enero de 1929 hasta el 1 de enero de 1933.
Francisco Moncada, Cuba 1936